La aparición de la pandemia por COVID – 19 ha tenido impacto la salud física y mental de muchas personas. Asimismo, es el desafío más grande en los últimos cien años que ha afrontado la comunidad médica, científica y los sistemas de salud de la mayoría de los países del mundo.

Estar embarazada y tener un hijo es, idealmente, un suceso de la vida asociado a alegría y plenitud, sin embargo, esta llegada a la familia también es considerada, según distintos autores, como una “crisis vital normativa o evolutiva”, entendiéndola como aquella situación que es parte normal y/o común del ciclo familiar pero que puede generar conflictos, tensiones, reajustes de las dinámicas entre los miembros de dicho grupo mientras se van adaptando a esta etapa, así como también a sus nuevos roles. Sin embargo, algunas parejas pueden experimentar una variedad de emociones negativas durante este período, que incluyen enfermedades de salud mental como ansiedad y depresión. (Topalidou et al, 2020).

Esta crisis vital se ha visto inmersa súbitamente, en otra crisis denominada “no normativa” originada por la pandemia y sus consecuencias, por ejemplo, el aislamiento físico y social, el hecho de no poder compartir esta etapa como uno había planificado, el miedo por la posible afección de la salud, el estrés e incertidumbre por la situación laboral y económica, el cambio repentino y radical de las políticas de salud en las clínicas y hospitales (tener que acudir a la consulta sola no poder tener un acompañante en el trabajo de parto o cesárea, suspensión de la lactancia materna y del contacto precoz, piel con piel, etc.) y el aumento de la violencia obstétrica. (Topalidou et al, 2020; Sadler et al, 2020).

Sadler, Leiva y Olza (2020) mencionan que desde que se declaró el estado de emergencia por la pandemia, en algunos países se han implementado restricciones que no son indicadas, ni tienen respaldo por evidencia científica actual, así como tampoco son respetuosas de los derechos de las mujeres, ni contribuyen a frenar la expansión del virus. Asimismo, dichas intervenciones pueden contribuir a la presencia y aumento de la violencia obstétrica, este tipo de violencia ha sido validada y perpetuada dentro del sistema biomédico siendo catalogada como “violencia de género”. Esta no sólo se presenta de manera física, sino que también puede ser verbal, psicológica, sexual, por discriminación social, negligencia en la asistencia y, por último, pero no menos importante, el uso inadecuado de procedimientos y tecnologías, así lo afirman Jardim y Modena en un estudio que realizaron en 2018. (Jardim y Modena, 2018).

Los primeros reportes de casos de COVID – 19 fueron identificados en Wuhan, China a fines del año 2019 y se extendió rápidamente a través de las fronteras, convirtiéndose en una amenaza para la salud pública de dicho país y posteriormente de todo el mundo. A raíz de ello, los protocolos de los sistemas de salud tuvieron que cambiar ante esta enfermedad totalmente desconocida. Sin embargo, el constante desarrollo científico ha demostrado que, como indiqué anteriormente, entre todos los cambios y restricciones en los protocolos, hay uno que al momento no es válido pero sigue estando instalado, y sus consecuencias pueden afectar negativamente la relación de la díada madre – bebé y la salud de ambos, me refiero a suspender el contacto piel con piel y la lactancia materna en mujeres con COVID – 19, frente a esto Salvatore y colaboradores (2020) demostraron mediante un estudio publicado en Th e Lancet Child & Adolescent Health que con las medidas de bioseguridad adecuadas (lavado de manos y uso de mascarilla), no hubieron bebés contagiados. La población de dicho estudio estuvo conformada por 1481 nacimientos, de los cuales se identificaron 120 neonatos hijos de madres con COVID – 19; pero ninguno dio positivo al examen realizado a las 24 horas de vida. De dicha población, 82 completaron el seguimiento durante los 5–7 días de vida posteriores. También indican que 68 de ellos fueron puestos en ‘alojamiento conjunto’, esto quiere decir que estaban en contacto permanente con sus madres y a todas las madres se les permitió brindar lactancia materna, pero sólo 64 continuaban siendo amamantados a los 5 – 7 días de vida. Por último, a 79 de 82 neonatos se les repitió la prueba de PCR a los 5–7 días de vida y todos ellos dieron resultados negativos, 72 neonatos tuvieron una última prueba a los 14 días de vida y ninguno dio positivo. Ninguno de los bebés tuvo síntomas de COVID – 19. (Ali & Shahil Feroz, 2020; Salvatore et al, 2020).

La aparición y aumento de complicaciones en la salud de la población y las medidas para intentar prevenir mayor cantidad de contagios, ha impactado en muchas madres de manera negativa. En tiempos previos a la pandemia se estimaba que, a nivel mundial, alrededor del 10% de las mujeres embarazadas se veían afectadas por algún trastorno de salud mental, siendo el más común en los países en vías de desarrollo, la depresión (16%) y la pandemia podría incrementar las afecciones de salud mental (Zeng et al, 2020). Uno de los estudios que demuestra el aumento de incidencia de problemas de salud mental perinatal fue realizado por Davenport y colaboradores (2020) y lo llamaron ‘’Moms Are Not OK: COVID-19 and Maternal Mental Health’’ (Las madres no están bien: COVID – 19 y Salud Mental Materna). En dicho estudio participaron 900 mujeres (520 que estaban embarazadas y 380 que habían dado a luz en los últimos 12 meses). Todas respondieron una encuesta sobre síntomas de depresión y ansiedad, antes y después de que iniciara la pandemia. Los resultados obtenidos indicaron que antes de la cuarentena el 15% de ellas reportaba tener síntomas de depresión materna, cifra que tras el inicio de ésta había aumentado hasta un 41%. Algo similar sucede en el caso de las que presentan síntomas de ansiedad moderada a severa, pues éstos se elevaron de un 29% a un 72%. (Davenport y colaboradores, 2020; Ali & Shahil Feroz, 2020).

Lic. Clara Medina Moran
Psicóloga Perinatal
Clínica Good Hope

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