Le bastaron 28 años de existencia al joven pasqueño Daniel Alcides Carrión para cimentar la fuerza solidaria y el interés académico que lo empujaron a investigar una enfermedad de origen desconocido: la Fiebre de La Oroya. Un 27 de agosto de 1885, Carrión utilizó su cuerpo como laboratorio humano al inocularse el virulento mal, osadía que le costó la vida, pero lo convirtió en referente de la historia científica nacional. A 125 años de esta hazaña recordemos sus orígenes.

Hijo de Baltazar Carrión y Dolores García, nació en Cerro de Pasco, un 13 de agosto de 1857 y cursó la primaria en la única escuela municipal de Cerro de Pasco. A los 13 años, durante su viaje a Lima, Daniel observó la construcción de la línea ferroviaria que llegaría hasta La Oroya, ciudad situada a 187 km de la capital. Allí los trabajadores -peruanos y extranjeros- eran víctimas de extrañas fiebres y lesiones verrucosas, producto de una enfermedad desconocida que se denominó como Fiebre de La Oroya.

En 1874 Carrión ingresó al colegio Nuestra Señora de Guadalupe, terminó la secundaria y se presentó a la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos. Luego, en 1879, buscó una vacante en la Facultad de Medicina, pero fue desaprobado, aunque esto no lo desanimó.

En plena Guerra del Pacífico, el 12 de abril de 1880, Carrión persistió y aprobó el examen, a pesar de la difícil situación que vivía el país. En 1884 empezaron sus prácticas en clínicas, y su interés científico lo llevó a adentrarse en el estudio de los pacientes verrucosos. En agosto de ese año fue designado por concurso para realizar las prácticas de internado en el Hospital de San Bartolomé.

La pérdida de su padre a corta edad, el desarraigo de su tierra natal y las miserias de la guerra habían forjado su espíritu. De corta estatura, constitución delgada y con rasgos mestizos, “Carrioncito”, como le decían sus amigos, era de carácter resuelto y tenaz. La Fiebre de La Oroya continuaba matando a los obreros que construían el tren en la región central del Perú, por lo que Carrión decidió tomar el toro por las astas, profundizando sus pesquisas sobre la enfermedad.

El principio del fin.- Entre junio y julio de 1885, la Academia Libre de Medicina convocó un concurso sobre la etiología y la anatomía patológica de la verruga peruana. Fue una oportunidad que el acucioso estudiante no dejaría pasar. Armado con sus conocimientos, y bastante coraje, Carrión decidió indagar en la intimidad del enemigo, estudiándolo desde sus síntomas.

Esto significaba que debía entrar en contacto directo con el agente infeccioso que producía la enfermedad: había que inocularse. Este método le permitiría resolver más rápidamente las dudas que se tenían sobre la verruga peruana y establecer qué relación tenía con las altas fiebres que consumían a los obreros. Decidido a hacerlo. El 27 de agosto de 1885, llegó hasta la sala de Nuestra Señora de las Mercedes del hospital Dos de Mayo. Sus compañeros y el doctor Leonardo Villar trataron de disuadirle, pero fue inútil.

Hospital Dos de Mayo: Lugar donde se inoculó el virus.- Un pequeño rasgado sobre las verrugas de la paciente Carmen Paredes, de 15 años, sirvió para proceder a la inoculación de la enfermedad en los dos antebrazos de Carrión. El procedimiento contó con la colaboración del doctor Evaristo Chávez.

Dos días después, en su edición del 29 de agosto de 1885, El Comercio informaba que “el estudiante de medicina señor Daniel Carrión, el cual tiene trabajos adelantados sobre la enfermedad llamada verruga, se ha hecho inocular la sangre de un verrucoso para observar por sí mismo los efectos de la inoculación y resultados ulteriores de esta enfermedad indígena del Perú, que tanto preocupa la atención de los hombres de ciencia en Europa”.

Bitácora en mano Carrión fue un paciente y meticuloso escribidor de su propia agonía. No cedió fácilmente a los síntomas y pudo, durante muchos días, llevar un correcto y acucioso relato de los efectos que la infección producía en su cuerpo.

Tres semanas más tarde, el 17 de setiembre, el joven estudiante percibió los primeros malestares y dolores. En los 5 días siguientes presentó fiebre, escalofríos, malestar general y dolores osteomusculares. Para el 26 se encontraba pálido y débil, por lo que dejó de tomar apuntes sobre los síntomas, encargando la tarea a sus compañeros más cercanos. “Carrioncito” había empezado a ceder ante la violencia de la enfermedad.

El 2 de octubre su cuaderno de apuntes señala que “hasta hoy había creído que me encontraba tan solo en la invasión de la verruga, como consecuencia de mi inoculación, es decir en aquel período anemizante que precede a la erupción; pero ahora me encuentro firmemente persuadido de que estoy atacado de la fiebre de que murió nuestro amigo Orihuela: he aquí la prueba palpable de que la Fiebre de la Oroya y la verruga reconocen el mismo origen”.

El 4 de octubre aceptó ser llevado a la Maison de Santé para que se le realizara una transfusión de sangre. En ese trance le comentó a su compañero Rómulo Eyzaguirre: “…aún no he muerto amigo mío, ahora les toca a ustedes terminar la obra ya comenzada, siguiendo el camino que les he trazado…”.

El 5 de octubre el decano dice “el estudiante de medicina señor Carrión, que según anunciamos en días pasados se hizo inocular el virus de la verruga, después de haber pasado el primer período, en el segundo ha sido acometido por la Fiebre de la Oroya y se encuentra bastante grave. Deseamos se restablezca”. Ese mismo día Carrión caía en estado de coma.

Finalmente, batido por la fiereza de la infección, falleció a las 11:30 de la noche. El 6 de octubre El Comercio publica una nota titulada “Daniel Carrión”, donde informa que “a causa de haberle acometido la terrible fiebre llamada de La Oroya, hoy tenemos que pasar por el dolor de comunicar que ha muerto”.

Asimismo, explica que “en efecto, del experimento realizado por Carrión en su propia persona, parece deducirse que la causa que produce las verrugas es la misma que la que origina las fiebres de La Oroya…”.

La autopsia se llevó a cabo el 7 de octubre, concluyendo que las lesiones eran típicas de la enfermedad de verrugas. Su cadáver fue sacado de la Maison de Santé a las 4 de la tarde, llevado en hombros por las calles de Lima hasta el cementerio Presbítero Maestro.

El doctor Ignacio la Puente, profesor de la Facultad de Medicina de San Marcos, y la revista Monitor Médico cuestionaron a Carrión por no haber utilizado animales previamente. Pero todos reconocieron que la experiencia del joven pasqueño había demostrado una transmisibilidad que no se conocía, y la unidad etiológica de la verruga y de la fiebre.

Última morada: Sus restos son trasladados a la cripta-mausoleo en 1971.

El 3 de setiembre de 1971, un grupo de médicos peruanos del Hospital Dos de Mayo llevó en hombros los restos de Daniel Alcides Carrión hasta una imponente cripta-mausoleo ubicada en su patio principal en medio de los aplausos y el homenaje de autoridades, galenos y pacientes. El 7 de octubre de 1991 el Gobierno Peruano lo declaró héroe nacional.

Daniel Alcides Carrión es el ícono paradigmático, mártir, héroe, maestro y patrono de la Medicina peruana; honor y méritos concedidos por eminentes maestros y sabios de la Medicina peruana en el curso de los siglos XIX, XX y XXI, que juntos han dado gloria a la Medicina en el Perú y es meritorio divulgar su hazaña y su sacrificio para ejemplo de las nuevas generaciones. ¡Un feliz dia a todos los médicos del Perú!.

Fuente: Archivo histórico del diario el Comercio

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